#NoALaRepartija

Quizás lo hecho por el Congreso de la República el día de ayer haya sido lo peor desde el 5 de abril del 92. Sin vergüenza alguna los partidos más votados del Congreso se repartieron los cargos de tres órganos autónomos del país: La Defensoría del Pueblo, el Banco Central de Reserva, y el Tribunal Constitucional. Lo peor ha sido que eligieron a las peores personas posibles: no a reputados profesionales (quizás si en el caso del BCR), sino a operadores políticos directos de sus partidos. En otras palabras, buscaban control político (y poder real), para mantener su cuota de poder en el Estado (aunque en las elecciones no consigan resultados positivos). En otras palabras, eligieron para ellos y no para el pueblo que los eligió. También es cierto que es sumamente peligroso que dos representantes directos del Fujimorismo, Sousa y Sardón, hayan sido elegidos para ser parte del primer órgano de defensa democrática, el TC. Personas que siguen defendiendo el autogolpe y justificando los asesinatos perpetrados durante la última dictadura de este país tienen nulas credenciales democráticas para ser parte de esta institución.

Sin embargo, esto no es algo gratuito. Desde mi punto de vista se trata del agotamiento de la democracia liberal en nuestro país. Al igual que en el resto del mundo, los peruanos nos empezamos a dar cuenta que el sistema no funciona y que nuestros políticos no nos representan. ¿En que se diferencia el «que se vayan todos» de ayer, del que se gritó en Argentina el 2001? ¿o Bolivia el 2004? ¿O España, Egipto, EEUU durante el 2011? La democracia representativa se redujo a sus aspectos formales y procedimentales, y perdiendo sustancia. El resultado, una clase política separada del pueblo. Esta reducción del sistema es la consecuencia lógica del Neoliberalismo que destruyó el Estado de Bienestar. Así, los fines del Estado no era la búsqueda del bien común sino el respeto del «Estado de Derecho» (o mejor dicho, los contratos con las empresas, porque otras normas se modifican o violan regularmente para favorecer a estas). No se trataba de igualar las oportunidades de todos los ciudadanos, sino que el mercado «juzgue» quienes son los mejores de los que no. Con un sistema así, las cúpulas de poder sobreviven a su antojo y los ciudadanos se vuelve ciudadanos de segunda categoría.

Veamos algunos ejemplos: En Cajamarca la población se opone a la ampliación de un proyecto a una empresa que durante 20 años ha contaminado el territorio y extraído todos los capitales sin aportar un céntimo al desarrollo de la región, pero para el gobierno es más importante el cumplir el contrato firmado (aunque se cuestione la calidad del Estudio de Impacto Ambiental con el que obtuvo la licencia). Otro caso: el gobierno impone una ley para reformar el servicio civil sin tomar en cuenta la opinión de los sindicatos que pedían negociar aspectos como la negociación colectiva; el gobierno no escuchó y sacó una ley que formalmente debería ser derogada ya que no respeta tratados internacionales vigentes. Uno más: el gobierno firmó el año pasado un acuerdo con los médicos para mejorar sus condiciones laborales, a un año no ha cumplido y cuando los médicos empiezan a reclamar se excusan en que huelga es ilegal porque dirigencia no ha cumplido el trámite de formalizarse ante registros públicos. Otras perlas: las mayores empresas contaminadoras reciben ampliación del plazo para mejorar la calidad del aire, se excluye la orientación sexual como causa de discriminación, se dictan normas para acortar en plazos irreales entrega de Estudios de Impacto Ambiental y certificaciones arqueológicas, se impone una ley que restituye el servicio militar obligatorio (felizmente derogada). ¿Para quién gobiernan entonces?

Lo que nunca se toca es el «santo modelo económico». Es claro pues que el Estado se ha vuelto un aparato para asegurar la obtención de ganancia de la gran clase económica. No tenemos un verdadero gobierno democrático. Hemos cambiado el «gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo» por el «gobierno de las empresas, por los comechados, para el mercado». Bueno, yo no que sentaré tranquilo a mirar como se roban la democracia. Quizás lo de ayer finalmente sea positivo. Quizás finalmente los peruanos nos uniremos a la ola de los indignados. Los veo el 22, el 27 y el 28; y cuantas veces sea necesario.